Por Fernando Rendón
El tejido de un sueño inenarrable, una red de mundos como un organismo de espejos que reflejan el vacío de la luz, plenos de la nostalgia del no ser siempre siendo.
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Cada día acudir a la cita propia para adelantar en la desconocida vía. El mundo nuestro (en realidad “de ellos”) se percibe derruido, inundado, en temblor y temor, aún así seremos libres, y por esto no sufrimos.
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Vuelta a la soledad extrema que ya no duele, en la que luchamos solos, respiramos solos, solo amamos. Debemos desenvolvernos así, solitarios, como tú y yo, en la acometida espiritual que uno de estos siglos triunfará sin objeciones.
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Amar, pugnar en desprendimiento, sosegado en la plenitud del solsticio solar o de la noche de la primavera más azul, del deseo que conjuramos para los desposeídos de sí y de todo.
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Se quiere una red para tomar a alguien que se va, dejando a su pequeña hija. Hay que retomarla, atraerla hacia la red, halarla hacia el corazón dulce y plural de la existencia, que la llama de regreso. No te vayas, hermana del deseo del mundo, ven de nuevo a nosotros, nos perteneces, eres parte del rocío.
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El extraño de una familia. El extrañado. El raro huraño. Él sólo, que no participa del entusiasmo general. El que no tomó partido por la descaminada sociedad, en breve o formidable escala. Que no vivió a escala su amor infrecuente, como quienes habitaron los archipiélagos del tedio. Que se comprometió consigo, chocando con su especificidad sin espejos, su exigencia sin lenguaje, su nada bella, irreparable, inútil, promesa.
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Pero no se siente dolor del mundo, no heredamos la congoja. Qué suerte irse con respeto y gratitud por todo cuanto hemos vivido. A pesar de todo podemos estar felices. Qué difícil y bello ha sido todo cuanto hemos atravesado con ausencia de rencor. Cuánto amor en la humana construcción, qué hermoso el deseo creador, humanísimo, que ha buscado cambiar a cada ser filo contra filo con la sombra amenazante que emana del submundo humano.
Y a la vez cuánto odio desde el devastador inframundo, que aliado al tiempo y al polvo ha jurado la demolición de la embriagadora esperanza.
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Supimos que todo lo intuido era probable, que lo soñado sería, puesto que el universo es suficientemente flexible para amoldarse a unas manos febriles y se hace posible amasar una ciudad. Acariciar un mundo trascendido del desencuentro brutal, del tormento de la enconada guerra infinita, esta tormenta que no cesa, hijo. Se logrará. La dicha se demora pero la viviremos con mayor energía que la pérdida, que no existe.
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Suponiendo que pierdes lo que consideras que pierdas al morir, esta conciencia de haber vivido y el fugaz recuerdo póstumo de haber sucumbido a pesar de todos los esfuerzos, nos queda la tierra invencible y nosotros en su vientre al final, parte de ella -de la forma más indestructible-: ¿no cantaremos la derrota de la muerte? Pues eres tú la tibia tierra entera que gira ante la familia de planetas y una mano fatal nos habrá en vano arrebatado al sol.
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Todo fue hermoso. Miles escuchando junio entero, viviendo y redimensionando el espacio donde solo mora la poesía sin ley ni rey en su espesura secreta, la voz de la tierra toda, tierra de penuria y de gloria de esta especie de humanos en contradicción con la existencia en la vía de un porvenir que tarda, que tardará.
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Tuvimos miedo pero lo venceremos. Es preciso llegar donde esperamos. La muerte espera del otro lado, hecha una bocaza. El dulce amor será devorado. Y qué. Toda la obra humana será engullida: las pirámides milenarias, las magníficas naves y los aparatosos palacios, las civilizaciones perdidas y las vueltas a hallar por arqueólogos sorprendentes. Y qué. Hicimos lo nuestro. Ser firmes y resueltos de cara a la catástrofe. (En el interregno un colibrí que ignoraba nuestra historia, bebió del polen del girasol y fue feliz en su efímero vuelo fascinante).
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Nos hizo sufrir el apego en vía de desarraigo y no me retracto. Padecimos a la vista del hermano en pánico al día siguiente de su nueva certeza. O la amiga apresada por el autoritario desamor en una cárcel cerca al mar. El segundo hermano loco sin remedio. Los amigos arrugados por la incomprensión de todo y rendidos cuando la tiniebla comenzaba. La loca hermana sumergida en el misterio de su vida enajenada. O aquella a quien amamos que jamás nos reconoció. La propia hija sin el deseo propia de la lucha, torpemente olvidada de toda confianza, esperando nada o a nadie, porque carecía de futuro la ciudad de sangre y pólvora, el valle terrífico deletéreo, gobernado por los industriales del cañón, la enrojecida barranca del mundo donde quedaron esculpidos los rostros de los desaparecidos a la luz del día, a causa de los reyes, ya limo de la tierra primera, sin la claridad que ni por asomo llegó.
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De esta forma, en esta fosa común que recorres sin saberlo, yace desde siempre el emperador al lado de su esposa, reina de los gusanos toda ella, entre el papa y el más avaro banquero de los ciclos humanos está también el emprendedor de las guerras, al lado de los sabios de la mortal ciencia de la ruina humana. Yace también aquí la estrella porno del pop, y su excelencia al otro lado repleto de collares y medallas en el mausoleo de oro puro. Todos compiten aún después de muertos por un nombre de humo. Los poderosos, los importantes y célebres, aquellos que jugaron a la historia con un póker infernal, los aborrecibles y los más reconocibles en la tramposa historia que nos prodigaron sin tregua, en los periódicos amarillentos como sus amarillos dientes, ahora que bajo tierra no pueden ver ya al dentista. Aquellos a quienes las revoluciones no pudieron nunca vencer, y que nos derrotaron a todos siglo a siglo, fueron vencidos a su vez por alguien o algo más famoso que ellos: la muerte.
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No se preocupen entonces, hermanos bajo el sol tras este nuevo diluvio, no se arrojen en masa a las patas de los caballos. La muerte vencerá a quienes nos han vencido provisoriamente. Celebrémoslo. Aprendamos de la paciencia ardiente. El día está con nosotros. El tiempo nos premia con un espectáculo inesperado. Su mundo, no el nuestro, se quiebra. Sus fortunas se disipan. Atención.
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No tenemos con quién hablar. Por eso escribimos, alma. Hemos preparado con entusiasmo, durante días interminables, la provisión del camino, el vino de las reuniones, la ambrosía del ebrio dialogo con mis amigos, inacabado, que ha concluido siempre con la pregunta. Y esperamos la respuesta para el siguiente encuentro. Yéndonos bien, la pregunta seguía ardiendo, sin respuesta. La pregunta nunca fue doblegada. ¡Pero todos debían irse!
A la siguiente vista la pregunta había muerto. Y nadie parecía estremecido por el olvido. Ya no quedaba pregunta, ni mundo, ni hermandad.
Emprender entonces de nuevo la guerra por la existencia de la única pregunta necesaria.
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A pesar de todo insistimos en vernos, en celebrar los seres extáticos del porvenir que no alcanzaremos, los descendientes luminosos que nunca abrazaremos, y continúa la ronda del vino y el salmón, el brindis por la revolución del espíritu que atravesará cada piedra cada noche como un rayo lunar.
Y persiste esta espera que late como un solo corazón, vive la pregunta que presiona duramente al borde del insomnio, la cuestión eterna: ¿cuándo llegaremos al alba nuestra para abrazar la libertad y la belleza?
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Una red mundial de voces, un coro de soles que brotan del corazón del geranio, la eclosión del deseo germinado en música, en lucha contra el terrón, contra el pedrusco, mientras se abate sobre nosotros el granizo en la madrugada de los tiempos rebeldes.
Un ser siendo. Un no saber sabiendo. Un morir viviendo entre los elementos de la desintegración encontrando e inhalando para siempre la atmósfera que nada pudo reducir ni quebrar. No nos dejó sin respiración el verdugo. El corazón fue más generoso y la imaginación borró las fronteras del lugar de reclusión en que se quiso convertir al mundo. Ahora llega la era de las setas y de los imperceptibles seres del renacer, en nombre del amor que no tiene dónde vivir que forcejea, que llama y resiste.
tomado de: http://www.festivaldepoesiademedellin.org/pub.php/es/Festival/XXI_Festival/Comunicados/09.html
29 de enero de 2011
28 de enero de 2011
En la ciudad terror
Un bus que vale mil quinientos,
Un semáforo en rojo,
Un conductor afanado,
¡Pablo escobar vive, Pablito está vivo! Dice un fulano
Vamos en la ciudad terror soñando,
Y la sirena de policía al mismo tiempo sonando,
Una patrulla, dos patrullas, un carro rojo y uno blanco
Un policía fumando,
Un tiro que perfora el carro blanco,
Y un muerto esperando,
Más adelante, una patrulla
Atravesada en la calle,
Por drogas o descuido,
Los tombos chocaron,
Esquivando policías mentales, reales y acostados vamos,
Luchando el asfalto y pendientes a dar el salto.
Un semáforo en rojo,
Un conductor afanado,
¡Pablo escobar vive, Pablito está vivo! Dice un fulano
Vamos en la ciudad terror soñando,
Y la sirena de policía al mismo tiempo sonando,
Una patrulla, dos patrullas, un carro rojo y uno blanco
Un policía fumando,
Un tiro que perfora el carro blanco,
Y un muerto esperando,
Más adelante, una patrulla
Atravesada en la calle,
Por drogas o descuido,
Los tombos chocaron,
Esquivando policías mentales, reales y acostados vamos,
Luchando el asfalto y pendientes a dar el salto.
26 de enero de 2011
25 de enero de 2011
«El viaje no acaba nunca. Sólo los viajeros acaban. E incluso estos pueden prolongarse en memoria, en recuerdo, en narrativa. Cuando el viajero se sentó en la arena de la playa y dijo: “No hay nada más que ver”, sabía que no era así. El fin del viaje es simplemente el comienzo de otro. Es necesario ver lo que no ha sido visto, ver otra vez lo que ya se vio, ver en primavera lo que se vio en Verano, ver de día lo que se vio de noche, con sol donde antes la lluvia caía, ver el trigo verde, el fruto maduro, la piedra que cambió de lugar, la sombra que aquí no estaba. Es preciso volver a los pasos que fueron dados, para repetirlos, y para trazar caminos nuevos a su lado. Es preciso recomenzar el viaje. Siempre. El viajero vuelve ya.»
Viaje a Portugal. José Saramago
16 de enero de 2011
LA INOCENCIA...
"La manía de comprender y, por consiguiente, de empequeñecer, de mediocrizar —toda mi vida, me han atosigado con preguntas imbéciles: ¿Por qué esto? ¿Por qué aquello?—, es una de las desdichadas de nuestra naturaleza. Si fuéramos capaces de devolver nuestro destino al azar y aceptar sin desmayo el misterio de nuestra vida, podría hallarse próxima una cierta dicha, bastante semejante a la inocencia".
Luis buñuel, mi ultimo suspiro.
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