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2 de febrero de 2021
¿Hasta cuándo la espera? La eternidad de la pandemia-técnica.
Por:
María Cristina López Bolívar. 01/21.
Queridx
lector/x, ante tus ojos un intento e invitación a pensar más acá de las
posibilidades, más acá de los lugares comunes y las palabras vacías. Una
invitación a dejarse seducir por la experiencia abismal de lo que está por pensar y vivir después de la espera.
El mundo está reconfigurando y
perfeccionando la concepción del tiempo moderno: el tiempo universal, perpetuo,
técnico y espiritual. 2020-2021 parece un continuum
temporal de un domingo de marzo inacabable que hace recobrar la creencia en el
tiempo de la divinidad: la eternidad, aunque sin dioses y en correspondencia
con la técnica y su razón científica.
Experimentamos
entonces un destiempo en la relación con la vida y su transitar constante que
lleva al ocaso de todo lo que nace en ella.
Hay
una especie de lentitud agonizante en la intimidad de cada ser y el lento
transcurrir de los minutos que denotan cierta pesadez, cierta náusea cuando el individuo se encuentra
en su soledad sin tecnologías. Por otro lado, la rutina en relación con la
técnica es acelerada, paranoica, rápida. Un día sin “conectarse” parece mil años:
infinidad de hechos, conversaciones, información, datos, cifras, noticias
urgentes se fugan ese día de ausencia eterna sin conexión a internet que parece
nos alejara de “la realidad”. Pero, recordemos y nunca olvidemos: la técnica no
brinda la conexión con el mundo es el mundo el que brinda la conexión con la
técnica.
En cuanto horizonte el tiempo que
recompone una temporalidad teológica, es decir, una sensación y concepción del
tiempo en cuanto eterno, expone desde su fundamento un problema en su
interpelación por el ser en los marcos de la tecnificación de la vida, a saber,
la ilusión de creer que el hombre de la técnica en su desarrollo temporal tiene
la eternidad a sus pies expuestos lejos de la tierra.
La
eternidad es espiritual en su condición trascendental y formulación metafísica.
Es el hombre que sobreviene de ésta una fantasmagoría, pues lo que debe persistir
en él es la carencia de materialidad, de sangre al negar la sincronización con
la finitud para poder encarnar la eternidad como noción cotidiana en su reloj.
El
hombre de la técnica progresa en la pandemia que sofistica la tecnificación de
lo humano al presentarlo ante un campo temporal agudo y complejo que se
reproduce sin apenas percibirse. Me refiero al tiempo como cálculo eterno que acapara
todos los escenarios de la vida humana al universalizar la eternidad sin Dios.
Para la vida hay un transitar que es
un transmutar constante imposible de frenar, imposible de eternizar por su misma
disposición para el acaecer, para la muerte. La vida en su tránsito y devenir
se encuentra en las antípodas de cualquier universalismo y su fundamento de
certeza, de verdad y de eternidad.
La
tecnificación del ser-humano organizado como fenómeno social se debe a la
modernidad, época devota a la razón y su reflejo de positivización científica
de la-vida-mundo. Este fenómeno se expande más acá de la modernidad al
desteologizar la eternidad fundamentándola como la forma temporal de la razón calculadora
que impide el proceso mismo del pensar como un sentir, como un meditar caótico,
lento, finito e incierto.
Heidegger
menciona en su texto «La frase de Nietzsche “Dios ha muerto”» lo siguiente: El pensar solo comienza cuando hemos
experimentado que la razón, tan glorificada durante siglos, es la más tenaz
adversaria del pensamiento. Ampliemos esta tesis. La razón anticipadora se muestra
culturalmente como pensamiento instituido: una única manera de representar y
concluir la relación con la vida-mundo.
Esta razón técnica usurpa el lugar de un pensamiento meditativo en
conexión con la vida su transitar y su finitud.
La
ciencia basada en esa razón se despliega como el carácter mismo de la
investigación academicista que tiene como objetivo la exactitud sobre la vida y
su finalidad en cuanto progreso idealizado.
La
investigación así fue llevada a su término por el proyecto moderno de una “Hybris” epistémica puramente occidental sobre
el mundo-vida que rechazó –como ejercicio de conocimiento– todo pensamiento que
no tuviera como fundamento “en sí mismo” la razón. En efecto, se llegó a la especialización del investigar
en campos específicos ya no solo como causa misma del saber, sino, también,
como consecuencia sombría de la “emulación” de un conocimiento aparentemente amplio,
pero solo racional que se expresa en los términos de un lenguaje atemporal,
a-espacial y, por tanto, sin materialidad: un lenguaje técnico-vacío en el cual
la vida no es sentida, reflexionada, ni vivida sino solo razonada.
Un
ejemplo real de la inmaterialidad del lenguaje técnico es la substitución del
lenguaje emocional por el lenguaje virtual a partir de la mediación de la
técnica. Ya no decimos que tenemos “buena conexión” para referirnos a un
vínculo fluido y simpático con otrx. La misma expresión coloquial de “buena
conexión” ha quedado limitada en su uso a espacios proporcionados por lo
virtual para describir que hay buen enlace a internet.
En
todo caso, la tecnificación del lenguaje no solo se da en la dependencia con
las tecnologías, también en relación con la vida mediada por la razón. El
formalismo del “buenos días”, por ejemplo, tendría que ser destituido por
palabras que no sean formales, técnicas, carentes de toda emoción. Es decir, un
“saludar por saludar” habría que omitirse y, en su lugar, saludar con palabras sentidas
y expresadas desde el tiempo vital que se dedica a pensar a la otra persona
antes del gesto del saludar. El saludo no
puede ser definido como un trámite que hacemos a diario por costumbre. El salud-dar ha de darse desde el
cuidado que ofrece bienestar a otra persona al tocarle con las palabras que se presentan
como caricias, tiernos guiños a su ser al comunicarle que se le piensa, que
habita en mis propios deseos de
bienandanza. El saludar participaría entonces de cierta cercanía intencional,
de cierta necesidad de aproximar a la otra persona a mi propio ser más acá de una exclamación carente de toda emoción,
de “saludar por saludar” … ¿saludas por saludar?
También la Universidad ha sido presa de estos procesos de tecnificación
de manera más brutal durante la pandemia. La sabiduría como experiencia
dialógica ha sido reemplazada por la exposición de resultados de “investigaciones
científicas” con respuestas en masa ante preguntas aún por germinar.
Cabe
decir que en la Universidad reducida a un centro de investigación virtual no
hay un espacio para la pregunta socrática, esa mismo que le da a la vida un
resguardo en el no saber, en el cuestionar, en aceptar los límites de la propia
ignorancia afincada en el ejercicio mismo del preguntar.
La
sabiduría exige la creación de un espacio para la rumia, para la no palabra que gesta la pregunta.
El
llamado de la sabiduría y el conocimiento es a habitar la pregunta, guardarse
en su silencio, pensarla en la demora de la incertidumbre y no darle palabra
sin antes pasarla por la intuición. Ahora, en la universidad de la pantalla el
silencio necesario para la reflexión originaria de la pregunta se siente como tiempo muerto de la virtualidad. El
silencio allí se condena al daño técnico, al desperfecto de “la conexión” manifiestado
en un “¿profe sigue ahí?” de algún/a estudiante. Empero, ¿puede experimentarse
un proceso de reflexión propia e íntima para el cual es valioso el silencio que
permita el ejercicio del preguntar en el aula virtual?, ¿por qué los
estudiantes en las teleclases se conectan más fácil con el responder que con el
preguntar? No voy a dar respuestas para que moremos las preguntas, ojalá ellas
nos aproximen a un conocimiento más acá de la desabrida necesidad de certezas.
un sujeto por excelencia tecnificado en su ser cuya esencia es la eficacia y su proyección temporal es lo inmediato en su afán por el cumplimiento. Su realización se da con su trabajo científico separado de la realidad finita por la orientación anticipadora de la razón a la que se ciñe como su insuperable herramienta de conocimiento. El investigador en la universidad virtual es el primer consumidor de internet y su telerrealidad y el último en abrazar la sabiduría.
La
anticipación se conecta directamente
con la eternidad en sus infinitas posibilidades de raciocinio sobre los
fenómenos dados en la vida-mundo. La investigación y el investigador responden
a una teología cognoscente –eternizante– donde toda respuesta es valorada no en
su realización real sino, en su reconocimiento como posible ante la “comunidad de expertos”.
Esos
expertos de las posibilidades con sus
estadísticas, con sus respuestas anticipatorias, con sus “marcos referenciales”
de lo que podría suceder a partir de sus suposiciones sobre “la realidad”,
hacen de la espera “a que pase la pandemia” de las personas “no expertas”, “no
especialistas”, de las personas vitales, un sacrificio compensado por la fantasía
de un mundo sin pandemia. La espera se vuelve resultado de un juego de cálculos
todos posibles e ilusorios ¿cuántos cálculos sobre la pandemia han sido reales?
La
posibilidad aquí no es real sino pura abstracción matemática proyectada desde
la razón sobre la vida-mundo.
Vacunas
todas posibles en su eficacia; cálculos especulativos sobre la normalidad de
los viajes internacionales hacia 2024; más cálculos sobre 100 mil colombianxs
que posiblemente morirán durante el 2021 a causa de la pandemia; millones de
desempleados por las cuarentenas de la pandemia; más muertos por el hambre que
causa la pandemia; billones de pérdidas financieras por la pandemia. El patrón
es el mismo: todo lo peor que puede pasar es posible en el mundo de la pandemia
¿qué tanto ha empeorado tu vida en la pandemia?, ¿racionalizábamos lo peor o lo
mejor que pueden ser nuestras vidas antes de la pandemia?, ¿acaso vivir no implica
un cambio constante en donde todo es posible y nada es posible? La novedad de
los expertos y sus posibilidades es el terror profundo que han sembrado ante la
experiencia del estar vivxs.
La
anticipación de posibilidades horribles nos hace creer que tenemos todo el
tiempo y, que, “conociendo esas cifras” podemos creer que no haremos parte de
ellas, pero preguntemos: ¿quién podría asegurar en este momento que puede esperar
la vacuna sin morir en el intento?, ¿a qué se reduce la experiencia de la vida
en la pandemia, a la espera de un mundo sin ella?
Las
cifras sobre las posibilidades de lo que podría pasar se aceptan en cuanto la
experiencia de la espera no es tocada por la muerte y ésta permanece extraña,
lejos del propio cuerpo y de lxs otros cuerpxs queridxs. Pero, no olvidemos
(sea este el segundo llamado a no olvidar) que el transitar por la vida solo es a condición de nuestra finitud y la
muerte.
La
muerte no es signo de miedo, de impotencia, de una estratagema “del nuevo orden
mundial” que quiere acabar con gran parte de la población, siendo este
argumento otra más de las posibilidades que se calculan desde la razón. Hay que
cuidar el lugar desde el cual enunciamos el
pensar críticamente.
Lo
que acontece es que a la experiencia de la vida la ha aterrorizado en la
pandemia, más que siempre, con un creciente y racional temor a la muerte. La
muerte así vista da cuenta de la negligencia de la ciencia y la falsa promesa
de la técnica del tiempo eterno, ¿es la vacunación una negación de la muerte o
una afirmación de la vida?
La
muerte no puede reducirse a una negligencia porque así se le incrusta en la
epistemología racionalista de la técnica contemporánea.
La
muerte le ocurre al ser que vive ¿no será el temor a la muerte sembrado por la
técnica síntoma de su propio fracaso, una promesa de eternidad rota por la fragilidad
de la propia finitud del cuerpo?
La
cuestión no es meditar sobre la muerte. Pensemos más bien sobre la técnica, la
razón técnica y su producción científica como imagen de un mundo eterno en el
cual la muerte debe ser casi imposible.
De
aquí que, el tiempo pandémico cumpla con el perfeccionamiento del proyecto
moderno: la humanidad en dependencia absoluta de la ciencia como la imagen
salvadora de los humanos.
La
reverencia a la salvación racionalista pasa por el desprendimiento de la vida y
el aceleramiento de los ritmos vitales para la producción e investigación a
costa de renunciar al pensar, al contemplar, a resignificar la muerte como mi propia muerte; de sentir la vida y su
caocidad ante la cual cualquier
anticipación sobre la misma es irreal y fatuo cálculo figurado.
¿Cuál
es el afán de pedirle certezas al porvenir?, ¿se le puede exigir a la vida que
nos revele qué pasará en el segundo siguiente a este? Es la técnica la que nos
reduce a razonar sobre posibilidades y futuros llenos de certezas a sabiendas
que a la vida no se le puede exigir ninguna demostración, ninguna certitud.
Quien haya seguido hasta aquí la lectura alcanza a saber que el corazón de este escrito late en una meditación heideggeriana. El sentir, el querer, el deseo, la reflexión sobre lo que está por pensar sin la técnica y más acá de la razón científica es lo que incita esta escritura.
La
meditación sobre la técnica-ciencia como forma del conocer vacío se trenza con
el tiempo eterno en su dificultad de pensar
y atender la vida. El ejemplo más intenso de la presentación del tiempo eterno
es cuando los minutos que pasamos frente a una pantalla, saturando la mente con
información que no alcanza a ser reflexionada, deja de importarnos. Nos creemos dioses en los minutos que
petrificadxs pasamos ante la pantalla sin noción de un tiempo finito que no
vuelve, que no vivimos y en el cual no se crea experiencia de la vida y, a lo
sumo, conseguimos consumir(nos) cualquier cantidad de datos.
¿Has
pasado un día ante una pantalla sin sentir el paso del día? Esa es la eternidad-técnica
de la que hablo.
¿Qué hacer? No ansiar la respuesta, habitar la
pregunta es por lo pronto la provocación que deja abierta la conclusión de este
texto. Siento que la necesidad de certeza deja entrever un tímido esfuerzo por
negar la propia fragilidad ¿por qué creer que la fragilidad es mala? No hay que
hacer juicios morales sobre lo que somos, sobre nuestro propio ser y su
vulnerabilidad que como una herida abierta necesita siempre de cariño, de atenciones,
de comprensión y ayuda humanizada más que científica.
¿Cómo
vivir sin la técnica? Tampoco hay respuesta, más bien deseo que quien llegó
hasta este lugar del escrito pueda reflexionar sobre la experiencia de vivir
que se ha permitido durante el último año ¿cómo
ha sido tú vivir en tiempos de pandemia? Reducir la subsistencia a una sola forma -la
virtual- no es experiencia. La experiencia amplía las nociones del sentido-mundo
que percibimos ante la vida.
Por
último, hay que hacer un llamamiento a arder en las ganas de habitar el
pensamiento, de habitar la vida, de habitar las palabras, de sentirlas y
vivirlas en un genuino deseo de expresarnos en ellas y relevarnos en su
comunicar que ayuda a crear puentes con la otredad. Quizá así se puede empezar
a construir un pensar en el
desocultamiento de la vida que estalle y renuncie a la razón, a los datos,
a la técnica y la fingida necesidad de la actualidad que nos bombardea con sus
fantasías de posibilidades irrealizables.
El llamado es a vivir la vida, a recorrerla
según disposiciones e intuiciones propias, aprendiendo que la pregunta genera
lo que está porvenir, por gestarse, por vivirse más acá de la certeza… ¿seguirás
esperando a que pase la pandemia para volver a la vida- tu vida?
Referencia
bibliográfica:
Heidegger.(1994)Conferencias y artículos.
Traducción de Eustaquio Barjau. Barcelona. Ediciones
Serbal.
1 de febrero de 2021
¡Se busca rol descalzo!
[2] JOSÉ SARAMAGO, viaje a Portugal. Alfaguara, 1981.