Al amanecer, la Aurora cabalga por los aires fríos y con sus lágrimas de desconsuelo moja el gris laberinto de almas tristes y muertes seguras, pasa aceleradamente por un país en ruinas. Es un país tumba, donde el dolor se refugia en la ignorancia de aquellos que no encienden luces sino que maldicen la caverna de sombras en la que se encuentran. Ésta mujer encantadora quiere anunciar la llegada del sol, pero nadie la escucha; aurora, sigue anunciando lo que vino a alumbrar.
Al atardecer, cuando muere el fulgor del sol, llega violeta con su nostalgia; vestida con sus estambres amarillos y llena de inquietud, espera apaciguadamente la noche que la llevará a ocultarse muy abajo en el oscuro bosque. Sigue jugando a la poeta sin versos, a la artista sin lienzos; violeta continúa interrogándose, por la mejor opción para escapar de la violencia destructora del hombre feroz. Todos los días, evita las botas monstruosas del despiadado que quiere destruirle.
Y al final, susurra la noche el desanimo de sentir que la humanidad ni se inmuta, sigue destruyéndose inhumanamente. La luna ya ha perdido la fe en el hombre y lo piensa lobo; aunque daños e historia nos insistan en la imposibilidad, conservamos la esperanza que reposa en la utopía de un hombre que pueda llamarse humano.
Para las dos mafaldas que me acompañan en el ejercicio del derecho a soñar....
Por: Silvia P.